viernes, 4 de mayo de 2012

Soy antisistema

Por megafonía escuché el nombre de mi hija. Me levanté, puse la niña en su carrito, empujamos (carrito y yo) un par de puertas y, al fondo de la consulta, una sonrisa, un rostro agradable, una voz amable. 

Me explica la doctora los resultados de las últimas pruebas renales: "muy bien, todo". Me pregunta cosas, sin perder la sonrisa y la amabilidad. Qué gusto encontrar profesionales así. Qué alivio tan grande, mi niña está sana. Detiene entonces la vista en Nerea:

- ¡No tiene agujeros para los pendientes!

Cae de repente toda la estima que hasta ese momento la doctora me había ganado. Mi cabeza busca el archivo de "respuesta estandarizada para desconocidos", comienzo la explicación...

- No..., es que..., yo... y su padre..., bueno, decidimos que... 

Me interrumpe inespesperadamente:

- ¡Menos mal!, ¡les duele tanto! Pobrecitas, sufren por una cuestión meramente cultural... Ayer mismo vino a consulta una bebé con los lóbulos inflamadísimos porque se ve que el metal le había hecho reacción. Por eso me fijé en tu niña...

Por un instante pensé en transcribir la declaración y hacérsela firmar, o pedirle que lo repitiera y grabarla en el móvil para tenerlo preparado ante ataques imprevistos. 

Cuántas veces, cuántas veces desde que nació Nerea me han preguntado - cuestionado - reprochado por el hecho de que la niña no lleve zarcillos. No importa lo que expliques, es algo que hay que hacer, sin plantearse nada. Así que si no lo haces pasas a ser rara, o hippy, o ñoña, o estúpida, directamente. La decisión de no hacerle los dichosos agujeritos tuvo su origen en la cantidad de veces que las orejas de mi niña entraban en contacto con mis manos, brazos o cojín de lactancia. No quisimos, ni su padre ni yo, tener que preocuparnos por si le hacíamos daño a la niña al manipularla (sobre todo yo, que la tenía enganchada a la teta todo el día), que llorara y llorara y no pudiera expresar que lo que le dolía eran las orejitas. Y todo por una cuestión estética y sexista, dicho sea de paso (si no lleva zarcillos, es un niño). Eso, unido a que nos resbalan bastante las imposiciones culturales, dio forma a una decisión que se ha convertido ya en casi casi una reinvindicación. Quién me iba a decir a mí hace un año que algo tan sumamente irrelevante para nosotros tendría tanta repercusión. 

No sé si es triste, patético o preocupante que a las alturas que estamos no agujerear el cuerpo de un bebé recién nacido en España sea considerado una decisión propia de una actitud antisistema.