lunes, 23 de julio de 2012

Recortando libertades


Me desborda la indignación. Que recorten salarios, duele. Que aniquilen derechos, desgarra.

Sediento de aplausos y palmaditas en la espalda de sus votantes más fieles, en medio de un panorama de decepción, el PP camina firme hacia una de sus “perlitas” electorales: modificar la ley del aborto. Según dicen, volveremos a un sistema de supuestos, aunque –atención- ya la malformación del feto no será un motivo legal para abortar.

Mi carácter optimista me empuja a malpensar que estas declaraciones se han lanzado en el momento perfecto para desviar la preocupación de la masa de la prima de riesgo por unos días, y que finalmente no llegarán a nada.

Mi “yo” realista se desespera y grita, impotente, que basta ya de mierdas. Así, tal cual. Crecí en democracia, confiando en que las libertades y los derechos siempre irían a más y nunca –nunca- a menos. Se ve que estaba equivocada. Lo que han hecho en  sanidad y en educación no tiene nombre. Y ahora dejan caer esta fantástica idea. Dan ganas de llorar.

Gallardón defiende que prohibir el aborto protege el derecho a la vida y la maternidad. ¿En serio? ¿De verdad quieren hacernos creer que su cabezonería en recortar libertades tiene que ver con la protección a la maternidad? ¿Y lo dice el mismo gobierno que no respetó las seis semanas de descanso obligatorio tras el parto que le correspondían a la vicepresidenta? Es que chirría, señor ministro.

Protección a la maternidad es ampliar considerablemente el permiso para cuidar al bebé recién nacido, tanto para la madre como para el padre. Protección a la maternidad es invertir en políticas de conciliación familiar y laboral que velen por el derecho a pasar tiempo con nuestros hijos sin tener que renunciar a nuestra profesión. Protección a la maternidad es garantizar una atención sanitaria excelente y una educación de la máxima calidad para todos los ciudadanos.

Pero, por supuesto, esa es mi opinión. La opinión del gobierno, que compartirán muchísimas personas, no lo pongo en duda, es que si una mujer no tiene la libertad de tomar la durísima decisión de abortar, se está protegiendo su maternidad. Así, esa madre protegida tendrá un bebé al que tendrá que abandonar la mayor parte del día  para ir a trabajar con apenas cuatro meses de vida. Esa madre protegida se verá obligada a dejar a su bebé en centros infantiles privados, porque no hay suficiente dinero para invertir en guarderías públicas. Esa madre protegida sufrirá las consecuencias de los recortes en los centros sanitarios, pagando los medicamentos y padeciendo una merma importante en la calidad de los servicios. Esa madre protegida sentirá que la escuela pública no le ofrece una educación decente a su hijo porque faltan maestros y profesores. Y, curioso, esa madre protegida de la que hablo tiene un bebé sano. ¿Por cuánto multiplicamos el drama si el bebé padece una enfermedad grave?

viernes, 13 de julio de 2012

La crisis y lo absurdo


En el último año todos los españoles hemos desbancado al tiempo atmosférico como tema estrella de las conversaciones banales por la economía y la crisis. Si en el ascensor se escapa la frase “ay que ver qué calor hace hoy, ¿verdad?”, la respuesta será algo parecido a “sí, y con esta crisis, ¡a ver quién toma una cervecita por ahí!”. Hemos incorporado a nuestro vocabulario habitual palabrotas como prima de riesgo, déficit, deuda pública, rescate financiero y un largo etcétera. Y, tal vez soy yo, que soy torpe, pero cuanto más aprendo sobre economía, más sentido común pierde el mundo que hasta ahora conocía.

Y es que nos han comido la cabeza. Nos han hecho sentir culpables de algo que nos ha sobrevenido, supuestamente, sin previo aviso. Se nos ha manipulado, desde el principio, para que desviáramos nuestra atención y fuéramos incapaces de focalizar a los verdaderos responsables.

Desde la primera bajada de sueldo, ¿allá por el 2010?, se me revolvieron las tripas y me opuse con impotencia a lo que consideraba una injusticia mayúscula. Pero por entonces parecía haber un acuerdo tácito entre el funcionariado que suspiraba que, bueno, si eso contribuía a salir del atolladero, pues no nos importaba. Por supuesto, el resto de la sociedad asentía con la cabeza y jaleaba con saña la medida. Por fin, esos funcionarios vagos, cobrando sueldazos para toda su vida, sin tener que esforzarse, ¡por fin!, que paguen ellos algo, que están tan bien, y parados, autónomos, contratados temporales, empresarios, etc., sufriendo. Vamos, exactamente lo que pasó cuando una buena mañana nos enteramos de lo que cobraban los controladores aéreos y el fervor (envidia, desesperación, incomprensión, ignorancia) popular los arrastró a la hoguera.

La vocación no fue el único motivo que me encaminó a la docencia. A los dieciocho años me atraían con fuerza carreras como periodismo, traducción e interpretación, turismo, literatura comparada… No era de esas personas que desde que tienen diez años saben con seguridad a qué quieren dedicarse en la vida. Yo sólo tenía claro que quería, sobre todas las cosas, ser madre. Así que eso facilitó mucho mi decisión. Me dedicaría a la docencia para poder disponer de tiempo para mis hijos. Me parecía fabulosa la idea de compartir los mismos períodos de vacaciones y los mismos horarios (más o menos, claro) con ellos. Por supuesto, no se vive únicamente del amor a una profesión y a la maternidad… el sueldo -dejémoslo en decente- y la estabilidad laboral contribuyeron también a desequilibrar la balanza.

Evidentemente, no llegué a la educación pública frotando una lamparita y pidiéndole mi deseo al genio. Pero eso ahora da igual. Hay cinco millones de parados agonizantes y se considera prácticamente una falta de respeto y empatía que un solo funcionario se queje. Eso es lo que nos quieren hacer ver. Estoy realmente cansada de defender mi trabajo, de arañar para convencer de que nos merecíamos hasta el último céntimo que ganábamos (y también más… Lejos y en el vacío han caído los intentos de homologación), de pelear por justificar nuestras vacaciones, de suplicar porque se entienda la responsabilidad social que cae sobre nuestros hombros. Agotada, ya mis discusiones y argumentos terminan en la frase que una amiga y compañera me dijo una vez: “La escuela de magisterio está abierta”. En otras palabras, quien quiera cobrar como un controlador aéreo, que lo sea.

Me hubiera encantado ganar como un anestesista, por ejemplo. Y si realmente mi prioridad en la vida hubiera sido la prosperidad económica, quizás habría hecho el esfuerzo de ser médico. O mejor, contratista o política. Pero no lo hice. Así que no tengo ningún derecho a afirmar, desde la plena ignorancia y simplificando la realidad hasta lo absurdo, que un médico, un abogado, un veterinario, un controlador aéreo, cobran demasiado y no importa que se les baje el salario (es problema de ellos). Como casi todos (¡cómo me estoy acordando ahora mismo de la libertad trágica de las tragedias griegas!) tuve la libertad de elegir y poner todas mis energías en alcanzar mis objetivos. Pero en esta época de incertidumbre todo se tambalea. Y los objetivos que hace años alcancé han desaparecido contra mi voluntad –léase: disminución de sueldos, aumento de horas, empeoramiento de las condiciones en los centros y la calidad educativa…-.

Los funcionarios estamos en el punto de mira. Somos los controladores aéreos del momento. Nuevas cabezas de turco. El gobierno lo tiene fácil: quita en salarios públicos y guarda en la saca, todo bajo el beneplácito del resto de la sociedad. Nuestras protestas serán malinterpretadas e incomprendidas.

Cuando el malestar, la disconformidad, la saturación, la precariedad y el cansancio repercutan directamente en el trabajo de NUESTRO médico o del maestro de NUESTROS hijos, tal vez nos daremos cuenta -tarde- de que sí que era un problema de todos.