En el último año todos los
españoles hemos desbancado al tiempo atmosférico como tema estrella de las
conversaciones banales por la economía y la crisis. Si en el ascensor se escapa
la frase “ay que ver qué calor hace hoy, ¿verdad?”, la respuesta será algo
parecido a “sí, y con esta crisis, ¡a ver quién toma una cervecita por ahí!”. Hemos
incorporado a nuestro vocabulario habitual palabrotas como prima de riesgo,
déficit, deuda pública, rescate financiero y un largo etcétera. Y, tal vez soy
yo, que soy torpe, pero cuanto más aprendo sobre economía, más sentido común
pierde el mundo que hasta ahora conocía.
Y es que nos han comido la
cabeza. Nos han hecho sentir culpables de algo que nos ha sobrevenido,
supuestamente, sin previo aviso. Se nos ha manipulado, desde el principio, para
que desviáramos nuestra atención y fuéramos incapaces de focalizar a los verdaderos
responsables.
Desde la primera bajada de
sueldo, ¿allá por el 2010?, se me revolvieron las tripas y me opuse con
impotencia a lo que consideraba una injusticia mayúscula. Pero por entonces
parecía haber un acuerdo tácito entre el funcionariado que suspiraba que, bueno,
si eso contribuía a salir del atolladero, pues no nos importaba. Por supuesto,
el resto de la sociedad asentía con la cabeza y jaleaba con saña la medida. Por
fin, esos funcionarios vagos, cobrando sueldazos para toda su vida, sin tener
que esforzarse, ¡por fin!, que paguen ellos algo, que están tan bien, y
parados, autónomos, contratados temporales, empresarios, etc., sufriendo. Vamos,
exactamente lo que pasó cuando una buena mañana nos enteramos de lo que
cobraban los controladores aéreos y el fervor (envidia, desesperación,
incomprensión, ignorancia) popular los arrastró a la hoguera.
La vocación no fue el único
motivo que me encaminó a la docencia. A los dieciocho años me atraían con fuerza
carreras como periodismo, traducción e interpretación, turismo, literatura
comparada… No era de esas personas que desde que tienen diez años saben con
seguridad a qué quieren dedicarse en la vida. Yo sólo tenía claro que quería,
sobre todas las cosas, ser madre. Así que eso facilitó mucho mi decisión. Me
dedicaría a la docencia para poder disponer de tiempo para mis hijos. Me
parecía fabulosa la idea de compartir los mismos períodos de vacaciones y los
mismos horarios (más o menos, claro) con ellos. Por supuesto, no se vive
únicamente del amor a una profesión y a la maternidad… el sueldo -dejémoslo en
decente- y la estabilidad laboral contribuyeron también a desequilibrar la
balanza.
Evidentemente, no llegué a la
educación pública frotando una lamparita y pidiéndole mi deseo al genio. Pero
eso ahora da igual. Hay cinco millones de parados agonizantes y se considera
prácticamente una falta de respeto y empatía que un solo funcionario se queje. Eso
es lo que nos quieren hacer ver. Estoy realmente cansada de defender mi
trabajo, de arañar para convencer de que nos merecíamos hasta el último céntimo
que ganábamos (y también más… Lejos y en el vacío han caído los intentos de
homologación), de pelear por justificar nuestras vacaciones, de suplicar porque
se entienda la responsabilidad social que cae sobre nuestros hombros. Agotada,
ya mis discusiones y argumentos terminan en la frase que una amiga y compañera
me dijo una vez: “La escuela de magisterio está abierta”. En otras palabras,
quien quiera cobrar como un controlador aéreo, que lo sea.
Me hubiera encantado ganar como
un anestesista, por ejemplo. Y si realmente mi prioridad en la vida hubiera
sido la prosperidad económica, quizás habría hecho el esfuerzo de ser médico. O
mejor, contratista o política. Pero no lo hice. Así que no tengo ningún derecho
a afirmar, desde la plena ignorancia y simplificando la realidad hasta lo
absurdo, que un médico, un abogado, un veterinario, un controlador aéreo, cobran
demasiado y no importa que se les baje el salario (es problema de ellos). Como
casi todos (¡cómo me estoy acordando ahora mismo de la libertad trágica de las
tragedias griegas!) tuve la libertad de elegir y poner todas mis energías en
alcanzar mis objetivos. Pero en esta época de incertidumbre todo se tambalea. Y
los objetivos que hace años alcancé han desaparecido contra mi voluntad –léase:
disminución de sueldos, aumento de horas, empeoramiento de las condiciones en
los centros y la calidad educativa…-.
Los funcionarios estamos en el
punto de mira. Somos los controladores aéreos del momento. Nuevas cabezas de
turco. El gobierno lo tiene fácil: quita en salarios públicos y guarda en la
saca, todo bajo el beneplácito del resto de la sociedad. Nuestras protestas
serán malinterpretadas e incomprendidas.
Cuando el malestar, la
disconformidad, la saturación, la precariedad y el cansancio repercutan
directamente en el trabajo de NUESTRO médico o del maestro de NUESTROS hijos,
tal vez nos daremos cuenta -tarde- de que sí que era un problema de todos.
COMO SE NOA QUE ES VIERNES 13 Y TE LEVANTASTE CON LA CABEZA DÁNDOVUELTA, CUAL "NIÑA DEL EXORCISTA" JAJAJAJA, DE RESTO... ¡¡¡¡PREPÁRATE!!! QUE CREO QUE LA COSA SE VA A PONER PEOR, PERO AL MENOS NOS QUEDA TU BLOG PARA QUE HAGA DE CATARSIS.
ResponderEliminar¿Tanto se nota mi cabreo? Jajaja. Ay, Guille, ya sé que esto no será lo último, pero si no me quejo, reviento.
ResponderEliminar