Me desborda la indignación. Que
recorten salarios, duele. Que aniquilen derechos, desgarra.
Sediento de aplausos y palmaditas
en la espalda de sus votantes más fieles, en medio de un panorama de decepción,
el PP camina firme hacia una de sus “perlitas” electorales: modificar la ley
del aborto. Según dicen, volveremos a un sistema de supuestos, aunque –atención-
ya la malformación del feto no será un motivo legal para abortar.
Mi carácter optimista me empuja a
malpensar que estas declaraciones se han lanzado en el momento perfecto para
desviar la preocupación de la masa de la prima de riesgo por unos días, y que
finalmente no llegarán a nada.
Mi “yo” realista se desespera y
grita, impotente, que basta ya de mierdas. Así, tal cual. Crecí en democracia,
confiando en que las libertades y los derechos siempre irían a más y nunca –nunca-
a menos. Se ve que estaba equivocada. Lo que han hecho en sanidad y en educación no tiene nombre. Y
ahora dejan caer esta fantástica idea. Dan ganas de llorar.
Gallardón defiende que prohibir
el aborto protege el derecho a la vida y la maternidad. ¿En serio? ¿De verdad
quieren hacernos creer que su cabezonería en recortar libertades tiene que ver
con la protección a la maternidad? ¿Y lo dice el mismo gobierno que no respetó
las seis semanas de descanso obligatorio tras el parto que le correspondían a
la vicepresidenta? Es que chirría, señor ministro.
Protección a la maternidad es
ampliar considerablemente el permiso para cuidar al bebé recién nacido, tanto
para la madre como para el padre. Protección a la maternidad es invertir en
políticas de conciliación familiar y laboral que velen por el derecho a pasar
tiempo con nuestros hijos sin tener que renunciar a nuestra profesión. Protección
a la maternidad es garantizar una atención sanitaria excelente y una educación
de la máxima calidad para todos los ciudadanos.
Pero, por supuesto, esa es mi
opinión. La opinión del gobierno, que compartirán muchísimas personas, no lo
pongo en duda, es que si una mujer no tiene la libertad de tomar la durísima
decisión de abortar, se está protegiendo su maternidad. Así, esa madre protegida
tendrá un bebé al que tendrá que abandonar la mayor parte del día para ir a trabajar con apenas cuatro meses de
vida. Esa madre protegida se verá obligada a dejar a su bebé en centros
infantiles privados, porque no hay suficiente dinero para invertir en
guarderías públicas. Esa madre protegida sufrirá las consecuencias de los recortes
en los centros sanitarios, pagando los medicamentos y padeciendo una merma
importante en la calidad de los servicios. Esa madre protegida sentirá que la
escuela pública no le ofrece una educación decente a su hijo porque faltan
maestros y profesores. Y, curioso, esa madre protegida de la que hablo tiene un
bebé sano. ¿Por cuánto multiplicamos el drama si el bebé padece una enfermedad
grave?