jueves, 13 de diciembre de 2012

Matemáticamente hablando


Llevo unas cuantas semanas queriendo escribir esta entrada. ¿Qué les pasará a mis horas, que duran menos que las de los demás? ¡Al grano! Acudimos las maestras y el maestro de infantil y el primer ciclo de primaria del cole hace veintipico días a una sesión de cuatro horas sobre matemáticas activas. No pude reír más. Cierto es que mi amigo Mario me dice siempre que soy un público fácil. Razón tiene. Disfruto riendo y busco motivos para hacerlo con frecuencia.

Lo interesante del asunto no son las lágrimas que derramé de tanto reírme ni las carcajadas que los comentarios del ponente que mostraba su trabajo me arrancaron.  Lo verdaderamente importante fueron la reflexión a la que Tony, maestro del CEIP Aguamansa (La Orotava), nos llevó y, sobre todo, aquellos vídeos reveladores de una realidad alternativa y posible en la enseñanza de las matemáticas.  El año pasado me acerqué tímidamente a otra manera de entender y enseñar las mates gracias a una compañera. Cuánto aprenderíamos los maestros si pudiéramos entrar a las aulas de enfrente y de al lado, para ver cómo Fulanita plantea esto, o cómo Menganito desarrolla lo otro. Así fue cómo entendí la relación entre porcentajes, decimales y fracciones. Mar cogió su material manipulativo (pizzas, círculos imantados…) e introdujo esos conceptos a mis niños de 3º y 4º. Desde luego, 28 años para que se me encendiera la bombillita y gritara internamente un desgarrador ¡claaaaaaaaaro! Eternamente agradecida, Mar.

Si pueden, tómense unos minutitos para ver estos vídeos. Yo flipé aquel jueves cuando vi a niños de 6 años operando con raíces cuadradas y potencias.

Ahí los dejo. Disfrútenlos.

La raíz cuadrada en primero 

La resta pensando

Potencias en primero

La enseñanza activa de las matemáticas

domingo, 18 de noviembre de 2012

¿Loca o gurú?


Si es que lo sé, lo sé. Soy la loca de la teta. Me abalanzo sobre los que se pronuncian con ideas equivocadas sobre la lactancia materna y les lleno la cabeza de nombres de pediatras y libros especializados hasta vaciarlos de argumentos basados en mitos o creencias.

Aborrezco esta tendencia incontrolable que me empuja a pensar que la otra persona necesita mi auxilio informativo. Pero, lo dicho, es quizás el defecto que más me molesta de mí misma, porque no sólo me pasa con la lactancia. Me ocurre con todos los temas sobre los que me siento medianamente formada. Más de un tinerfeño convencido de que en la isla de enfrente se habla fatal, se ha comido largas clases magistrales de lingüística sin haberlo pedido para obligarle a cambiar de opinión.

En autodefensa, debo decir que este defecto viene de la mano de una –quiero pensar- virtud. Tras haber superado con cierto éxito cualquier experiencia –repito: cualquier experiencia (primer día en la universidad, por ejemplo)- que me haya supuesto esfuerzos o nervios o preocupaciones, me siento moralmente obligada a allanar esos terrenos a las personas que empiezan a caminarlos. Vamos, lo de ponerse en el lugar del otro de toda la vida. Cuando pienso en mí misma en esos comienzos llenos de piedras y baches, recuerdo con gratitud infinita las manos tendidas que consiguieron que finalmente caminara sola.

Qué extraño, sin embargo, se me está haciendo lo de “tutorizar” a madres lactantes. En primer lugar, porque lo de dar teta a un recién nacido es casi una imposición social. Así que a las madres que, por lo que sea, han decidido no alimentar a sus hijos con su leche, se les presiona para que lo hagan y muchas de ellas acaban dando explicaciones personales a desconocidos para defenderse de los reproches. En segundo lugar, porque, como ya dije alguna vez en este blog (http://cositasdemamaestra.blogspot.com.es/2012/08/laleche-no-se-acaba-ni-hay-poca-ni-es.html), cuando el bebé ya no es tan bebé, dar el pecho, que antes era maravilloso, convierte en excentricidad el hecho en sí y a la mamá en excéntrica e, incluso, en promotora con afán dictatorial de la lactancia materna.

Precisamente por no querer dar esa impresión “impositiva”, mi intervención con las mamás recientes de mi entorno fue sutil. Me informé debidamente de si tenían intención de dar el pecho y, a las que dieron una respuesta afirmativa, les regalé (o hice que otros lo hicieran) el libro que fue mi mano auxiliadora los primeros meses –bueno, en realidad todavía me gusta consultarlo- con Nerea: Un regalo para toda la vida (Guía de la lactancia materna), de Carlos González. ¡Cómo me ayudó este libro! Desde aquí, aun sabiendo que la posibilidad de que esto lo lea algún lejano día es remotísima: GRACIAS, doctor.

En ningún caso mi intervención funcionó como yo esperaba. Algunas intentaron vagamente dar el pecho. Otras lo hicieron unas semanas, pero abandonaron. Nunca pregunto nada. Odio pensar que la otra persona pueda sentirse presionada o molesta. Pero normalmente sale de ellas presentar alegaciones en su propia defensa, argumentando problemas que podrían haberse superado con una buena información. Casi siempre son frases como “tenía poca leche y necesitaba biberones de refuerzo”, “se me cortó la leche”, “se quedaba con hambre”… Es entonces cuando me pregunto: ¿Realmente se “creen” que tienen esos problemas? Si así fuera, ¿por qué no consultaron el Libro (así, en mayúsculas, como una biblia para lactantes)?, ¿o por qué no buscaron ayuda profesional (grupos de apoyo a la lactancia, pediatras, ¡yo misma! –no como profesional, claro, sino como mamá lactante experimentada-)? ¡¡¿Pero es que no se leyeron el Libro?!! –grito de desesperación-.

La conclusión es llana y simple. No dicen la verdad. Aunque podían y sabían que podían, no quisieron seguir dando el pecho. Por lo que fuera. Respetables todos los motivos, faltaría más. Sin embargo, sólo una vez escuché firmemente “no quiero dar el pecho” a una madre “recién parida”; no buscó excusas, ni inventó falacias sobre la calidad o la cantidad de su leche. Era mi compañera de habitación en el hospital. Sin yo pedírselo, me explicó que lo pasaba fatal cuando intentaba darle el pecho a su primera hija porque la situación la estresaba muchísimo y no quería volver a pasar por lo mismo con su nuevo retoño. Un “bravo” por su sinceridad.

Cuando una mamá me cuenta que le está dando biberones a su bebé porque no tiene suficiente leche (por ejemplo), siempre dudo entre si su frase es una verdadera demanda de información o simplemente un refugio que esconde la realidad de que prefiere no tener enganchado a su bebé todo el día a su teta. Acabo no diciendo nada… no quiero ser recordada eternamente como la loca de la teta.

Una vez, entre bromas, una amiga me animó a formar parte de algún grupo de apoyo a la lactancia materna porque, según dice, soy una especie de gurú de la teta. Pero mi corta experiencia como asesora en lactancia natural me indica que algo hago mal. Cuando esas madres “tutorizadas” han abandonado la teta argumentando motivos insustanciales parecidos a los que ya he citado, he sentido frustración y, en cierta medida, fracaso. Deformación profesional, será. Me horroriza imaginar que obtengo los mismos resultados con mis niños como maestra. Así que agradecería mucho que si una futura madre asesorada por mí quisiera dejar de dar el pecho, me lo dijera tal cual. Sin excusas. Por supuesto, no trataré, jamás, de convencerla de lo contrario, y sentiré satisfacción porque he hecho bien mi trabajo de aspirante a gurú de la teta.

martes, 2 de octubre de 2012

Lo absolutamente (im)prescindible


No hay más vuelta de hoja: el consumismo nos inunda hasta el punto de modificar (o crear) los valores de una sociedad. Sin embargo, nunca la presencia de este fantasma capitalista había sido, a mis ojos, tan obvia como hasta ahora, que mi forma de entender el mundo y lo preestablecido han cambiado radicalmente gracias a mi amor por una bichita de quince meses.

Los últimos meses de embarazo, especialmente para los papás y abuelos primerizos, son una carrera consumista contrarreloj para preparar lo necesario para la llegada del bebé: cochecito, cuco y capazo. Minicuna, cuna, habitación reformada, muebles nuevos. Sábanas, ropita de bebé. Esterilizadores, chupas, baberos, biberones. Termómetro para el agua del baño, bañera, gel, champú, crema hidratante para el cuerpo y reparadora para el culito. Hamaca. ¡Pañales! Gasas, alcohol de no sé cuantos grados, toallas específicas para el bebé. Parque. Manta para el suelo. Los cojines ésos para que no sé de la vuelta. Calientabiberones. Leche maternizada. Mochila portabebés. Trona. Cojín de lactancia. Peine y cepillo. Mueble cambiador…y etcéteras eternos.

Nerea no usa chupa, nunca la quiso. Durante el primer mes, aparte de que era una niña que apenas lloraba, yo evité a toda costa su uso, por miedo a que interfiriera en la lactancia –así me lo habían explicado pediatras y matronas: primer mes, ni biberones, ni chupas-. Hacia el tercer mes, mi niña sintió una poderosa atracción por su pulgar derecho. El “¡ay, ese dedo!”, acompañado de un golpecito autoritario en su mano y vaticinios extraños sobre deformaciones y enfermedades, por parte de amigos, conocidos y especies varias, me tiene francamente harta. Si fuera un trozo de plástico que se compra en la farmacia, nadie se tomaría la molestia de reprender a un bebé de su edad por metérselo en la boca. Algunos consideran que las preferencias de Nerea son una especie de “golpe” del karma o de castigo divino: como yo no quería ponerle chupa a la niña, va la niña, y pa’ joder a la madre, se chupa el dedo. En fin.

Tampoco usa la habitación que su padre y yo pintamos y decoramos antes de que ella naciera. Ahora es un almacén – cuarto de la plancha – despacho – vestidor. Su verdadero cuarto es el nuestro. La cuna está a un palmo de mí, aunque la mayoría del tiempo duerme en nuestra cama. En nuestra ignorante felicidad, aireábamos nuestros trapos tan alegremente, hasta que nos dimos cuenta de que no se ve bien que papá y mamá duerman con el bebé. Hay razones para argumentar esta afirmación para todos los gustos: desde que el bebé puede morir aplastado por los padres hasta que se corre el riesgo de que se acostumbre y nunca aprenda a dormir solo. Así que “hay que” enseñar a los bebés a dormir en su cuna, con sus sábanas hipoalergénicas, en su habitación recién decorada, bien ventilada, con el purificador de aire encendido, las luces tenues con forma de nubes que se reflejan en el techo, el móvil de cuna con sensores de llanto preparado y el walkie talkie con vídeo en modo nocturno listo, para que su mamá y su papá puedan dormir tranquilos al otro lado del pasillo y, a la mínima que el aparato avise, correr hacia el cuarto del niño. Encuentro como mínimo curioso que se haya inventado un aparato que permita controlar al bebé desde otra habitación. La mamá necesita el contacto con su hijo. (Y, por supuesto, el hijo necesita aún más si cabe el contacto con su madre.) Pero nos han grabado a fuego en nuestra consciencia occidental que debemos separarnos de nuestros bebés, cuanto antes, mejor, porque es lo mejor para ellos y para nosotros. Pero nuestro instinto nos despierta y nos hace levantarnos y abrir la puerta de la habitación para ver si el niño está bien. La industria se aprovecha: si adquieres dicho aparatito por la módica cantidad de doscientos y pico euros puedes quedarte tranquilo, lo estás haciendo bien. Curiosamente, antes de que mi gordita naciera, yo estaba plenamente convencida de que así se habían de hacer las cosas para conseguir un hijo autónomo e independiente. Ahora me sitúo en un punto opuesto, mira por dónde. Pero no pongo esfuerzos en convencer a nadie de que nuestra decisión es la correcta porque, simplemente, no lo es. Es la que funciona en mi pequeña familia, y con la que somos felices. Los detractores nos condenan a un futuro en el que nuestra hija nunca se irá de nuestra cama. Nosotros nos limitamos a disfrutarlo. Lo echaremos de menos cuando decida marcharse.

Lo de la comida para bebés también merece un capítulo aparte. Mi niña aún no ha probado la leche artificial. Aunque si fuera por el enfermero de pediatría, se la hubiera tenido que enchufar (sin ningún motivo) a los nueve meses. De hecho, se echó las manos a la cabeza cuando respondí con un sorprendido “no” a su pregunta: “¿ya le diste mi primer Danone?”. Para los que no saben qué es, mi primer Danone es un yogur fabricado con leche de continuación, azucarado, con cosas químicas y más grande y mucho más caro que un yogur corriente. Vamos, su primera mierda consumista. Un bebé no necesita eso en ningún caso. Tampoco es necesario darle papillas de diecisiete cereales y medio. Ni compotas de frutas. Nerea, desde los diez meses, quiere comer sola. No le gusta lo triturado y le encanta picotear de nuestra comida. Aunque le cuesta, pincha con el tenedor y con una coordinación sorprendente se lo lleva a la boca. Claro está, a su alrededor todo termina salpicado de comida. Qué le vamos a hacer. Aprende un sinfín de cosas comiendo sola. Pero algunos no entienden que nos saltemos el paso obligatorio de doblegar su voluntad para que coma lo que otros le dan. Es lógico: trozos de verdura guisada que la niña come sus propios dedos no alimentan lo mismo que un mix de los mismos ingredientes que aterriza en su boca con una chuchara pilotada por quien sea. (¡¿?!)

Un bebé no necesita una chupa, ni una habitación propia, ni alimentarse a base de comida especial para bebés. Aunque nos hayan hecho creer lo contrario. De verdad, cada segundo me convence más la percepción de que lo normal tiene más que ver con un consumismo dictador, que empequeñece nuestra libertad de pensamiento e invalida lo diferente, que con el sentido común. 

sábado, 18 de agosto de 2012

Cuenta atrás


Qué poquito queda para que comience el nuevo curso escolar. Qué razón tiene Sandra. Para nosotros, maestros, septiembre es nuestro enero. Las intenciones de hacer dieta, ir al gimnasio, leer esto y aquello, organizar el trastero, no dejar todo para el final, y un largo etcétera, no nos las proponemos el 31 de diciembre, sino a finales de agosto, en el justo y preciso momento en que resurgen esas maripositas de nerviosismo ante los nuevos comienzos. Porque, a veces por suerte, a veces por desgracia, cada septiembre siempre se empieza; ningún curso es igual al anterior o al que vendrá, incluso si continúas siendo tutora de los mismos chicos, en el mismo cole, con los mismos compañeros.
                                       
Este septiembre me toca empezar del todo. Nuevo cole, nuevos chicos y nuevos compañeros. Es un buen destino: no lejos de casa y entorno casi inmejorable. A menos de quince días de la vuelta al trabajo, las maripositas ya revolotean. Lo nuevo entusiasma, pero también asusta.

Sin embargo, más que el nerviosismo, este “fin de año” me puede más la tristeza. Me voy -contra mi voluntad, claro- del cole en el que he estado los dos últimos cursos. Siendo objetiva, en realidad no ha sido mucho el tiempo que he pasado allí. Siendo subjetiva, he vivido, en lo profesional y en lo personal, experiencias que han cambiado mi forma de entender la docencia, y el mundo (la maternidad, ya se sabe…).

Cómo no voy a estar triste. Dejo atrás a mi grupo de chiquitos –aunque ante esto ya estoy algo inmunizada- y, sobre todo, a los mejores compañeros. Desde el primer minuto me sentí arropada, tranquila, motivada, segura y respaldada por un equipo excelente, en todos los sentidos. Si algo he crecido como maestra durante estos años, ha sido gracias a lo que de ellos he aprendido.

Agradecimientos infinitos, maestros. Los echaré de menos. Mucho.

lunes, 6 de agosto de 2012

La leche no se acaba...


La leche no se acaba, ni hay poca, ni es de mala calidad. Dar el pecho no duele. Prácticamente todas las mujeres producen leche y definitivamente no, digan lo que digan, con lactancia artificial no se crían igual.  Sí, ya sé, voces críticas en las mentes de los lectores gritan que no, que las afirmaciones que he escrito no son ciertas, o tienen matices. Mi propia abuela asegura que apenas tenía leche porque sus hijos siempre se quedaban con hambre. Mi madre insiste en que a ella se le fue la leche a los dos meses y amigas mías padecieron dolorosas grietas sangrantes mientras lactaban. Yo misma fui criada con lactancia artificial y no me ha ido tan mal.

Mañana finaliza la Semana Mundial de la Lactancia Materna, iniciativa creada por la WABA (Alianza Mundial pro Lactancia Materna) que lleva celebrándose 20 años con la intención de proteger, promover y apoyar la lactancia natural en el mundo. Es curioso cómo se aborda el asunto desde los medios de comunicación. Salen a la luz tetadas públicas y beneficios de la lactancia natural, pero no inciden en lo verdaderamente fundamental: información veraz que permita a las madres decidir qué tipo de alimentación quieren dar a sus hijos. Se limitan a lo superficial, asegurando que el objetivo de dichos actos conmemorativos no es otro que reivindicar el derecho a dar la teta en público. Seré yo que estoy más que acostumbrada a levantarme la camiseta por donde quiera que vaya, delante de quien sea, pero quiero pensar que, afortunadamente, esto está ya más que superado. Lo que pretenden esas mujeres no es otra cosa que ser el ejemplo vivo de que con una buena información y unos buenos apoyos (familiares e institucionales), si cualquier madre desea dar el pecho, puede, durante el tiempo que quiera. Sí, el tiempo que quiera. La Organización Mundial de la Salud recomienda que se dé el pecho un mínimo de dos años, de los cuales, los seis primeros meses sólo debe darse leche materna (ni agua, ni zumos, ni papilla).

Todo el mundo parece aceptar de buen grado que una mamá alimente de forma natural a su bebé recién nacido. La cosa cambia mucho cuando el bebé en cuestión camina y habla. Mis propias amigas se sorprenden (se escandalizan respetuosamente) cuando yo aseguro que continuaré dándole el pecho a Nerea hasta los dos años y, a partir de ahí, hasta que ella o/y yo queramos. Otras personas incluso, a pesar de soltar mi losa aplastante de información constante sobre lactancia materna sobre sus cabezas, siguen apuntillando que eso será así siempre y cuando la divinidad o la suerte me otorguen la capacidad de seguir amamantando.

No entiendo qué ha pasado para que continúen vigentes todos estos mitos en nuestra sociedad. No entiendo por qué una madre que desea dar el pecho acaba fracasando en la lactancia, por falta de apoyos o por una inadecuada información. A mi alrededor veo constantemente a madres que abandonan la lactancia materna, no porque ellas quieran, sino porque piensan que no pueden. Lo triste del tema es que en esto de la lactancia materna, la mayoría de las veces, querer es poder.  

Yo tuve la gran suerte de encontrar en mi camino a una maravillosa matrona que hizo cambiar radicalmente mi preconcepción de la maternidad. Gracias a ella, me mantuve firme en el hospital para no dar ningún biberón a Nerea, a pesar de que las enfermeras de la planta insistían, ante mis dudas, en que por supuesto que yo no tenía leche todavía y que iba a matar a mi bebé de hambre. ¿Cómo es posible que gente con ideas equivocadas sobre la lactancia trabajen con madres que acaban de dar a luz? Dar biberones en los primeros días de vida sin razones médicas serias es condenar al fracaso la lactancia… Porque todo empieza por ahí… El bebé tiene hambre y se agarra a la teta, mama y produce la leche que come, y al comer, produce más leche y así ad infinitum. Un bebé repleto de leche artificial difícilmente abrirá la boca por mucho pezón que se le intente meter.

Hasta aquí mi reflexión del día. Lo escrito a continuación son explicaciones a las sentencias del primer párrafo que he querido dejar para, precisamente, evitar quedarme en lo anecdótico y en la información superficial, y poder echar por tierra algunos mitos.

La leche no se acaba, ni hay poca, ni es de mala calidad, siempre y cuando se permita al bebé mamar siempre que lo desee, las veces que quiera. Sin horarios, sin límites de tiempo. Primero en un pecho, hasta que lo suelte. Luego, se ofrece el otro. Si lo quiere, bien. Si no, también. Nada de 10 minutos en cada pecho, o cada tres horas. Falacias. Lactancia a demanda, en su estricto sentido.

Dar el pecho no duele, siempre y cuando el bebé succione de forma adecuada. Cuerpecito muy cerquita, barriga con barriga, y cuello recto, que el bebé no tenga que girar la cabeza, que le quede el pezón casi en paralelo con su boca. Labios bien abiertos, cogiendo no sólo el pezón, sino también la areola. En cierta forma, el bebé no chupa, sino que “muerde”.

Prácticamente todas las mujeres tienen leche. El porcentaje de madres que realmente no producen leche es entre el 1 y el 2%, normalmente asociado al hipotiroidismo. Cierto es que en un biberón se ve qué cantidad había y qué cantidad ha comido el niño. Con la lactancia natural, eso es imposible, así que aquí entra en juego la confianza de la madre. Si el bebé coge peso normalmente, todo va bien.

Con la lactancia artificial no se crían igual. Pues es evidente que no. Los preparados químicos no inmunizan. Está prohibida por ley la publicidad de leches de fórmula para los primeros seis meses de vida. Con eso, ya tengo suficiente para no confiar demasiado en ellas.

Después de los seis meses, la leche no pierde su calidad. Mucha gente asegura que, pasados los seis primeros meses, de un día para otro la leche se convierte en aguachirri y deja de alimentar. Me fío de la OMS: “La leche materna también es una fuente importante de energía y nutrientes para los niños de 6 a 23 meses. Puede aportar más de la mitad de las necesidades energéticas del niño entre los 6 y los 12 meses, y un tercio entre los 12 y los 24 meses. La lecha materna también es una fuente esencial de energía y nutrientes durante las enfermedades, y reduce la mortalidad de los niños malnutridos.


lunes, 23 de julio de 2012

Recortando libertades


Me desborda la indignación. Que recorten salarios, duele. Que aniquilen derechos, desgarra.

Sediento de aplausos y palmaditas en la espalda de sus votantes más fieles, en medio de un panorama de decepción, el PP camina firme hacia una de sus “perlitas” electorales: modificar la ley del aborto. Según dicen, volveremos a un sistema de supuestos, aunque –atención- ya la malformación del feto no será un motivo legal para abortar.

Mi carácter optimista me empuja a malpensar que estas declaraciones se han lanzado en el momento perfecto para desviar la preocupación de la masa de la prima de riesgo por unos días, y que finalmente no llegarán a nada.

Mi “yo” realista se desespera y grita, impotente, que basta ya de mierdas. Así, tal cual. Crecí en democracia, confiando en que las libertades y los derechos siempre irían a más y nunca –nunca- a menos. Se ve que estaba equivocada. Lo que han hecho en  sanidad y en educación no tiene nombre. Y ahora dejan caer esta fantástica idea. Dan ganas de llorar.

Gallardón defiende que prohibir el aborto protege el derecho a la vida y la maternidad. ¿En serio? ¿De verdad quieren hacernos creer que su cabezonería en recortar libertades tiene que ver con la protección a la maternidad? ¿Y lo dice el mismo gobierno que no respetó las seis semanas de descanso obligatorio tras el parto que le correspondían a la vicepresidenta? Es que chirría, señor ministro.

Protección a la maternidad es ampliar considerablemente el permiso para cuidar al bebé recién nacido, tanto para la madre como para el padre. Protección a la maternidad es invertir en políticas de conciliación familiar y laboral que velen por el derecho a pasar tiempo con nuestros hijos sin tener que renunciar a nuestra profesión. Protección a la maternidad es garantizar una atención sanitaria excelente y una educación de la máxima calidad para todos los ciudadanos.

Pero, por supuesto, esa es mi opinión. La opinión del gobierno, que compartirán muchísimas personas, no lo pongo en duda, es que si una mujer no tiene la libertad de tomar la durísima decisión de abortar, se está protegiendo su maternidad. Así, esa madre protegida tendrá un bebé al que tendrá que abandonar la mayor parte del día  para ir a trabajar con apenas cuatro meses de vida. Esa madre protegida se verá obligada a dejar a su bebé en centros infantiles privados, porque no hay suficiente dinero para invertir en guarderías públicas. Esa madre protegida sufrirá las consecuencias de los recortes en los centros sanitarios, pagando los medicamentos y padeciendo una merma importante en la calidad de los servicios. Esa madre protegida sentirá que la escuela pública no le ofrece una educación decente a su hijo porque faltan maestros y profesores. Y, curioso, esa madre protegida de la que hablo tiene un bebé sano. ¿Por cuánto multiplicamos el drama si el bebé padece una enfermedad grave?

viernes, 13 de julio de 2012

La crisis y lo absurdo


En el último año todos los españoles hemos desbancado al tiempo atmosférico como tema estrella de las conversaciones banales por la economía y la crisis. Si en el ascensor se escapa la frase “ay que ver qué calor hace hoy, ¿verdad?”, la respuesta será algo parecido a “sí, y con esta crisis, ¡a ver quién toma una cervecita por ahí!”. Hemos incorporado a nuestro vocabulario habitual palabrotas como prima de riesgo, déficit, deuda pública, rescate financiero y un largo etcétera. Y, tal vez soy yo, que soy torpe, pero cuanto más aprendo sobre economía, más sentido común pierde el mundo que hasta ahora conocía.

Y es que nos han comido la cabeza. Nos han hecho sentir culpables de algo que nos ha sobrevenido, supuestamente, sin previo aviso. Se nos ha manipulado, desde el principio, para que desviáramos nuestra atención y fuéramos incapaces de focalizar a los verdaderos responsables.

Desde la primera bajada de sueldo, ¿allá por el 2010?, se me revolvieron las tripas y me opuse con impotencia a lo que consideraba una injusticia mayúscula. Pero por entonces parecía haber un acuerdo tácito entre el funcionariado que suspiraba que, bueno, si eso contribuía a salir del atolladero, pues no nos importaba. Por supuesto, el resto de la sociedad asentía con la cabeza y jaleaba con saña la medida. Por fin, esos funcionarios vagos, cobrando sueldazos para toda su vida, sin tener que esforzarse, ¡por fin!, que paguen ellos algo, que están tan bien, y parados, autónomos, contratados temporales, empresarios, etc., sufriendo. Vamos, exactamente lo que pasó cuando una buena mañana nos enteramos de lo que cobraban los controladores aéreos y el fervor (envidia, desesperación, incomprensión, ignorancia) popular los arrastró a la hoguera.

La vocación no fue el único motivo que me encaminó a la docencia. A los dieciocho años me atraían con fuerza carreras como periodismo, traducción e interpretación, turismo, literatura comparada… No era de esas personas que desde que tienen diez años saben con seguridad a qué quieren dedicarse en la vida. Yo sólo tenía claro que quería, sobre todas las cosas, ser madre. Así que eso facilitó mucho mi decisión. Me dedicaría a la docencia para poder disponer de tiempo para mis hijos. Me parecía fabulosa la idea de compartir los mismos períodos de vacaciones y los mismos horarios (más o menos, claro) con ellos. Por supuesto, no se vive únicamente del amor a una profesión y a la maternidad… el sueldo -dejémoslo en decente- y la estabilidad laboral contribuyeron también a desequilibrar la balanza.

Evidentemente, no llegué a la educación pública frotando una lamparita y pidiéndole mi deseo al genio. Pero eso ahora da igual. Hay cinco millones de parados agonizantes y se considera prácticamente una falta de respeto y empatía que un solo funcionario se queje. Eso es lo que nos quieren hacer ver. Estoy realmente cansada de defender mi trabajo, de arañar para convencer de que nos merecíamos hasta el último céntimo que ganábamos (y también más… Lejos y en el vacío han caído los intentos de homologación), de pelear por justificar nuestras vacaciones, de suplicar porque se entienda la responsabilidad social que cae sobre nuestros hombros. Agotada, ya mis discusiones y argumentos terminan en la frase que una amiga y compañera me dijo una vez: “La escuela de magisterio está abierta”. En otras palabras, quien quiera cobrar como un controlador aéreo, que lo sea.

Me hubiera encantado ganar como un anestesista, por ejemplo. Y si realmente mi prioridad en la vida hubiera sido la prosperidad económica, quizás habría hecho el esfuerzo de ser médico. O mejor, contratista o política. Pero no lo hice. Así que no tengo ningún derecho a afirmar, desde la plena ignorancia y simplificando la realidad hasta lo absurdo, que un médico, un abogado, un veterinario, un controlador aéreo, cobran demasiado y no importa que se les baje el salario (es problema de ellos). Como casi todos (¡cómo me estoy acordando ahora mismo de la libertad trágica de las tragedias griegas!) tuve la libertad de elegir y poner todas mis energías en alcanzar mis objetivos. Pero en esta época de incertidumbre todo se tambalea. Y los objetivos que hace años alcancé han desaparecido contra mi voluntad –léase: disminución de sueldos, aumento de horas, empeoramiento de las condiciones en los centros y la calidad educativa…-.

Los funcionarios estamos en el punto de mira. Somos los controladores aéreos del momento. Nuevas cabezas de turco. El gobierno lo tiene fácil: quita en salarios públicos y guarda en la saca, todo bajo el beneplácito del resto de la sociedad. Nuestras protestas serán malinterpretadas e incomprendidas.

Cuando el malestar, la disconformidad, la saturación, la precariedad y el cansancio repercutan directamente en el trabajo de NUESTRO médico o del maestro de NUESTROS hijos, tal vez nos daremos cuenta -tarde- de que sí que era un problema de todos.

martes, 5 de junio de 2012

¿Qué es la calima?


La calima ahogaba el valle.

-       Pues lo aprovechamos. Hablaremos de ello cuando los chicos expliquen y anoten el tiempo que hace hoy – pensé antes de que sonara la campana de las nueve.

Comienza la conversación. Que si hoy es tal día, que si quedan tantos días para no sé qué vacaciones, que si hace calor hoy, ¿verdad?...

-       Hoy está nublado, maestra. Bueno, nublado raro… El cielo está medio naranja- dice Fulanita.

-       Sí… Hay calima, chicos. Pero, ¿realmente son nubes? ¿Qué es la calima?


Veintiuna voces al unísono: ¡Nubes!, ¡niebla!, ¡lluvia!, ¡viento!, ¡nubes raras!...

Emerge entonces un brazo alzándose entre todos los brazos de esa clase tan rica en diferencias. El brazo que no se espera, el brazo del niño que jamás participa, el brazo del niño que tardó una semana en mirarme y un mes en hablarme. -Avanzamos, avanzamos, avanzamos-, pienso, entusiasmada. Le doy la palabra, se hace el silencio:

-       ¿Polvo?- contesta, dudando.

-       ¡Sí, Fulanito, sí! ¡Qué bien, mi niño, muy bien! ¿Pero polvo de qué?

Fulanito sonríe con el típico gesto de quien se cree vencedor, se crece, se confía. Sus ojos me miran firmes y deja escapar la respuesta más poética e inverosímil que jamás he escuchado y, probablemente, escucharé:

-       ¡De hada!


viernes, 4 de mayo de 2012

Soy antisistema

Por megafonía escuché el nombre de mi hija. Me levanté, puse la niña en su carrito, empujamos (carrito y yo) un par de puertas y, al fondo de la consulta, una sonrisa, un rostro agradable, una voz amable. 

Me explica la doctora los resultados de las últimas pruebas renales: "muy bien, todo". Me pregunta cosas, sin perder la sonrisa y la amabilidad. Qué gusto encontrar profesionales así. Qué alivio tan grande, mi niña está sana. Detiene entonces la vista en Nerea:

- ¡No tiene agujeros para los pendientes!

Cae de repente toda la estima que hasta ese momento la doctora me había ganado. Mi cabeza busca el archivo de "respuesta estandarizada para desconocidos", comienzo la explicación...

- No..., es que..., yo... y su padre..., bueno, decidimos que... 

Me interrumpe inespesperadamente:

- ¡Menos mal!, ¡les duele tanto! Pobrecitas, sufren por una cuestión meramente cultural... Ayer mismo vino a consulta una bebé con los lóbulos inflamadísimos porque se ve que el metal le había hecho reacción. Por eso me fijé en tu niña...

Por un instante pensé en transcribir la declaración y hacérsela firmar, o pedirle que lo repitiera y grabarla en el móvil para tenerlo preparado ante ataques imprevistos. 

Cuántas veces, cuántas veces desde que nació Nerea me han preguntado - cuestionado - reprochado por el hecho de que la niña no lleve zarcillos. No importa lo que expliques, es algo que hay que hacer, sin plantearse nada. Así que si no lo haces pasas a ser rara, o hippy, o ñoña, o estúpida, directamente. La decisión de no hacerle los dichosos agujeritos tuvo su origen en la cantidad de veces que las orejas de mi niña entraban en contacto con mis manos, brazos o cojín de lactancia. No quisimos, ni su padre ni yo, tener que preocuparnos por si le hacíamos daño a la niña al manipularla (sobre todo yo, que la tenía enganchada a la teta todo el día), que llorara y llorara y no pudiera expresar que lo que le dolía eran las orejitas. Y todo por una cuestión estética y sexista, dicho sea de paso (si no lleva zarcillos, es un niño). Eso, unido a que nos resbalan bastante las imposiciones culturales, dio forma a una decisión que se ha convertido ya en casi casi una reinvindicación. Quién me iba a decir a mí hace un año que algo tan sumamente irrelevante para nosotros tendría tanta repercusión. 

No sé si es triste, patético o preocupante que a las alturas que estamos no agujerear el cuerpo de un bebé recién nacido en España sea considerado una decisión propia de una actitud antisistema.

miércoles, 18 de abril de 2012

Recortes en educación


He leído y oído eso de “volvemos a lo de antes” innumerables veces desde que Wert anunció las fantásticas medidas que se aplicarán en educación. Incluso el PSOE ha declarado que estos recortes “suponen un retroceso de 30 años”.

Estas afirmaciones camufladas de pesimismo ante el tijeretazo económico son asombrosamente optimistas si aterrizamos en la realidad de una clase en la actualidad. Treinta y pico alumnos en una clase de hace treinta años no son lo mismo que treinta y pico alumnos en una clase de ahora. Ni de lejos. No sólo por la obviedad de que la sociedad ha cambiado, sino porque las sucesivas reformas han modificado casi de raíz el fenómeno educativo.

La integración de niños con necesidades educativas especiales en el aula ordinaria es un buen ejemplo de ello. Hace veinte años no existía la integración. Los alumnos con problemas acudían a centros llenos de niños con problemas. Y a los alumnos problemáticos (aquellos “flojitos” o con comportamiento inadecuado) se les iba apartando poco a poco del sistema; total, la secundaria no era obligatoria. Hoy todos los alumnos (con problemas, problemáticos y sin problemas aparentes) forman parte de un mismo grupo. Así que en las aulas masificadas de antes se respiraba cierta sensación de homogeneidad. Era  prácticamente imposible imaginar un alumno en 3º que no supiera leer. En un tercero actual podemos encontrar fácilmente niños que no saben leer, niños con trastornos del desarrollo, niños con síndrome de Down… y veinte más, cada uno diferente del otro. Ya no se contempla al grupo, sino al individuo. Así que, desde esta perspectiva, miremos a una clase con treinta y pico niños hoy.

Rotundamente no. No volvemos a lo de antes. Nos encaminamos a algo muchísimo peor. Me aterroriza mirar al futuro. No por tener que trabajar el doble, cobrar menos y sufrir más. Sino por mi hija, por tus hijos, por el niño de mi clase que me manchó de témpera el pantalón esta mañana, por la niña de cuarto que ayer me preguntó sonriente por mi familia en los pasillos…

sábado, 14 de abril de 2012

Sentimientos compartidos

Quedaban pocos días para que mi permiso de maternidad (sumado a mis vacaciones y al período de lactancia acumulada)  expirara y, a falta de un blog que por aquel entonces no existía, escribí esto en facebook:

Bonita manera de comenzar tiene el nuevo gobierno: saltándose a la torera la ley con la elección de Soraya Sáenz de Santamaría como "negociadora" en el traspaso de poderes. La ley que establece que el permiso de maternidad ha de ser OBLIGATORIO durante las seis semanas posteriores al parto. Precisamente se decidió que esto fuera así para que empresarios dictadores no pudieran privar a las madres empleadas de su derecho. ¿Qué mensaje está dando esta mujer a la sociedad?, ¿que las 16 semanas de permiso son excesivas?, ¿que a la semanita de dar a luz una puede estar estupenda y maravillosa para ponerse a currar?... o peor: ¿que un bebé no necesita estar con su madre ni siquiera a la semana de haber nacido?, ¿que el PP comienza su legislatura infringiendo una ley?


No sé qué podemos esperar las madres (y padres, que los hay) que desesperamos por leyes que nos permitan pasar más tiempo con nuestros hijos, si el propio gobierno se llena la boca con la mierda de ley de "conciliación familiar y laboral" y después sale una tipa "recién parida" trabajando en Moncloa de sol a sol por la tele.

Para todas las que hemos sido madres (pongo mi mano en el fuego a que es así), 16 semanas de permiso son insuficientes. Insuficientes para alimentar al bebé tal y como recomiendan los médicos (seis meses a teta, en exclusiva); insuficientes emocionalmente para la mamá; insuficientes para el bebé que durante el primer año de vida necesita muchísimo a su mami. 

Me incorporo al trabajo en una semana. Y he escrito esto con rabia y dolor. Y llorando porque se me está haciendo un mundo tener que separarme de mi gordita. Sí, ya sé, que "todas las mamás han pasado por esto", que "hace años era mucho peor", que "cuatro meses es un montón de tiempo"... Cada vez estoy más convencida de que el alarmante fracaso escolar está íntimamente relacionado con la naturalidad con que se ve que un niño (de 0 a 12 años) permanezca separado de su padre o de su madre la mayor parte del día. 

Desahogo conseguido.

Me sentía dolorosamente sola e impotente en mi sufrimiento. Me preguntaba constantemente qué podía hacer. Cómo luchar. A quién tenía que unirme. Dónde había que firmar. 

Buscando, descubrí la comunidad Conciliación Real Ya, que me permitió comprobar que, por supuesto, había muchísimos papás y, sobre todo, mamás que, como yo, rogaban soluciones inmediatas al problema de la "inconciliación" laboral y familiar. Y como de granos está hecho el desierto, me uno a formar parte de esta empresa "bloguera". 

Quiero pensar que algo se moverá algún día si cada vez somos más los que nos unimos a luchar por la esperada conquista de poder pasar más tiempo con nuestros hijos sin tener que renunciar a nuestro trabajo. A no ser que, de repente, esa marea de padres y madres guerreando en la red se convierta en ilegal. 


martes, 10 de abril de 2012

¿Y ahora, qué? Los miedos y las preocupaciones durante el embarazo.

La percepción subjetiva del paso del tiempo se intensifica drásticamente durante el embarazo. Los tiempos de espera se vuelven eternos y, sin embargo, ves cambios en tu cuerpo de un día para otro, en dos días ya han pasado meses, sin darte cuenta has llegado a la fecha probable de parto.

Es raro. Aprendes a medir el tiempo en semanas y a marcar límites a superar según los controles en la consulta médica. Ahí es cuando se alargan los días, cuando te inundan las preocupaciones, cuando esperas ansiosa un rotundo "está todo bien", cuando, al marcharte de la consulta, sientes alivio por lo que ahora sabes y desesperación por lo que dejas de saber. Primero, a las doce semanas. Todo está bien. Es uno. Felicidades. Después, a las 20. Es niña. Sonreímos. Ya podemos dirigirnos a ella por su nombre. De repente, silencio: -¿Trabajas?-, me pregunta la doctora. Ya está; algo que falla. Empieza a explicar que no es grave, que muchas veces el estrés juega malas pasadas, que me va  dar la baja para que me relaje y para que vuelva todo a la normalidad. Pero es un pero. Un pero que retumba tan fuerte que las palabras que le siguen pesan y se arrastran con lentitud. Oigo "riñón" y se me cae el alma cuando vienen a mi mente los antecedentes familiares de los que jamás dije nada  porque ni siquiera los contemplaba cuando me preguntaban por "deformaciones o enfermedades graves en la familia". Cabía la posibilidad de que a la niña le estuvieran fallando los riñones y orinara poco o nada; de ahí que la escasa cantidad de líquido amniótico rozara preocupantemente los límites de la normalidad. 

Pasaron quince días en los que intenté por todos los medios estar lo más relajada posible. Y funcionó. Volvía a tener un volumen de líquido normal. Suspiré con alivio y alegría.

Trabajé hasta la semana 34 de embarazo, cuando, según lo establecido por la sanidad pública, se realiza la última ecografía para los embarazos normales. Todo estaba bien. Menos mal. Desde febrero hasta finales de abril el tiempo voló.  A punto estuve durante el proceso de ser diagnosticada como diabética gestacional, pero escapé por los pelos. Eso sí, tuve que pasar dos veces por la prueba interminable de la glucosa. No me pareció especialmente asqueroso aquel líquido que me supo a fanta hiperedulcorada. Pero, para mí, glotona sin límite conocido, estar en ayunas hasta las once y pico de la mañana suponía un castigo insufrible. 

Cosas de la vida, en la semana 38 decidí pasar por la consulta privada para saber si el ginecólogo era capaz de predecir si mi parto se acercaba. Entonces volvió a ocurrir. Silencio. Un larguísimo silencio. Cara de preocupación en el doctor. Otra vez los riñones. - Puede que sea algo relativamente común y que no le afecte en su vida normal.- explicó.- O, te lo tengo que decir, no puedo afirmar con seguridad que no sea un tumor. Con el informe que el ginecólogo me hizo, fui a la matrona de la seguridad social que me había hecho el seguimiento de mi embarazo y me derivó al hospital para que, con una nueva ecografía, establecieran la importancia de la malformación y actuaran en consecuencia. El diagnóstico que me dieron allí descartó por completo la presencia de un tumor y me indicaron que, hasta que la niña naciera, no había nada más que ver o que hacer. Así que volvieron a hacerse largas las semanas y acrecentaban mis deseos de tener a esa bichita en mis brazos para comprobar que "todo estaba bien". Por algún mecanismo que se escapa a mi entendimiento, estuve relativamente tranquila con respecto a la malformación renal de mi bebé. Quizás porque,  hasta que di a luz, todos mis miedos y preocupaciones volvieron a centrarse casi de forma exclusiva a la infinidad de situaciones que podían darse en el parto. 

El parto. Ese es otro cuento. 


martes, 20 de marzo de 2012

El día que empezó todo

Fue un dos de octubre de 2010. Cómo olvidarlo. El retraso, de pocos días. La intuición, gigantesca. Unas dos semanas sintiendo un extraño vacío en el estómago. Dos líneas rosas. Treinta y pico semanas por delante. Llanto, nervios, alegría, más nervios. Más alegría. Algunos miedos. Un sueño que comenzaba a cumplirse. Qué mañana de sábado. Cómo olvidarla.

lunes, 20 de febrero de 2012

¡Apúntalo todo!

He perdido memoria. Desde que nació mi niña olvido casi todo, así que, qué remedio, vivo pegada a una agenda. Hasta yo misma me sorprendo cuando repaso las páginas de semanas pasadas. Vaya tonterías me da por escribir. 

Hace unas semanas que ando preocupada porque estaba totalmente convencida de que esa pérdida de memoria era algo transitorio y que afectaba sólo y específicamente a aspectos irrelevantes del día a día. Pero no. El paso del tiempo y la aparición de nuevas ilusiones y preocupaciones obligan a que irremediablemente las ilusiones y las preocupaciones del pasado comiencen a difuminarse lentamente.

Es por eso que me he decidido a escribir este blog. A pesar del poco tiempo libre que me queda. Porque no quiero olvidar ni un segundo de lo que he vivido en los últimos veinte meses.