martes, 10 de abril de 2012

¿Y ahora, qué? Los miedos y las preocupaciones durante el embarazo.

La percepción subjetiva del paso del tiempo se intensifica drásticamente durante el embarazo. Los tiempos de espera se vuelven eternos y, sin embargo, ves cambios en tu cuerpo de un día para otro, en dos días ya han pasado meses, sin darte cuenta has llegado a la fecha probable de parto.

Es raro. Aprendes a medir el tiempo en semanas y a marcar límites a superar según los controles en la consulta médica. Ahí es cuando se alargan los días, cuando te inundan las preocupaciones, cuando esperas ansiosa un rotundo "está todo bien", cuando, al marcharte de la consulta, sientes alivio por lo que ahora sabes y desesperación por lo que dejas de saber. Primero, a las doce semanas. Todo está bien. Es uno. Felicidades. Después, a las 20. Es niña. Sonreímos. Ya podemos dirigirnos a ella por su nombre. De repente, silencio: -¿Trabajas?-, me pregunta la doctora. Ya está; algo que falla. Empieza a explicar que no es grave, que muchas veces el estrés juega malas pasadas, que me va  dar la baja para que me relaje y para que vuelva todo a la normalidad. Pero es un pero. Un pero que retumba tan fuerte que las palabras que le siguen pesan y se arrastran con lentitud. Oigo "riñón" y se me cae el alma cuando vienen a mi mente los antecedentes familiares de los que jamás dije nada  porque ni siquiera los contemplaba cuando me preguntaban por "deformaciones o enfermedades graves en la familia". Cabía la posibilidad de que a la niña le estuvieran fallando los riñones y orinara poco o nada; de ahí que la escasa cantidad de líquido amniótico rozara preocupantemente los límites de la normalidad. 

Pasaron quince días en los que intenté por todos los medios estar lo más relajada posible. Y funcionó. Volvía a tener un volumen de líquido normal. Suspiré con alivio y alegría.

Trabajé hasta la semana 34 de embarazo, cuando, según lo establecido por la sanidad pública, se realiza la última ecografía para los embarazos normales. Todo estaba bien. Menos mal. Desde febrero hasta finales de abril el tiempo voló.  A punto estuve durante el proceso de ser diagnosticada como diabética gestacional, pero escapé por los pelos. Eso sí, tuve que pasar dos veces por la prueba interminable de la glucosa. No me pareció especialmente asqueroso aquel líquido que me supo a fanta hiperedulcorada. Pero, para mí, glotona sin límite conocido, estar en ayunas hasta las once y pico de la mañana suponía un castigo insufrible. 

Cosas de la vida, en la semana 38 decidí pasar por la consulta privada para saber si el ginecólogo era capaz de predecir si mi parto se acercaba. Entonces volvió a ocurrir. Silencio. Un larguísimo silencio. Cara de preocupación en el doctor. Otra vez los riñones. - Puede que sea algo relativamente común y que no le afecte en su vida normal.- explicó.- O, te lo tengo que decir, no puedo afirmar con seguridad que no sea un tumor. Con el informe que el ginecólogo me hizo, fui a la matrona de la seguridad social que me había hecho el seguimiento de mi embarazo y me derivó al hospital para que, con una nueva ecografía, establecieran la importancia de la malformación y actuaran en consecuencia. El diagnóstico que me dieron allí descartó por completo la presencia de un tumor y me indicaron que, hasta que la niña naciera, no había nada más que ver o que hacer. Así que volvieron a hacerse largas las semanas y acrecentaban mis deseos de tener a esa bichita en mis brazos para comprobar que "todo estaba bien". Por algún mecanismo que se escapa a mi entendimiento, estuve relativamente tranquila con respecto a la malformación renal de mi bebé. Quizás porque,  hasta que di a luz, todos mis miedos y preocupaciones volvieron a centrarse casi de forma exclusiva a la infinidad de situaciones que podían darse en el parto. 

El parto. Ese es otro cuento. 


3 comentarios:

  1. Qué bueno es ver las cosas desde la distancia. Ahora empiezas a caminar. Tardarás unos treinta y cinco años en coger el ritmo, pero no importa, Jajajaja

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  2. A pesar de haber compartido contigo todos esos miedos en directo, no he podido evitar emocionarme de nuevo, con una diferencia, la tranquilidad de saber que finalemente "todo está bien"

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  3. Supongo Adriana que tú “sabías que tu niña estaba bien”, de la misma manera que cuando tienen trece y entras por la puerta, en el primer vistazo mientras dejas el bolso“sabes”, sólo por su postura en el sillón, que hay algo que no va......
    Cositas de mamá.......

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