Lo habitual. Quinta planta de
la biblioteca. Folios llenos de apuntes, tachones y referencias. Un libro
abierto por una página sin numerar aparece de repente para devolverme la
consciencia de dónde estoy, de qué hora es. Las manos de Jesús lo sostienen. Me
sonríe y se marcha. Me hundo en el poema y allí me quedo, durante horas.
Aún hoy, mi lectura más
recurrente.
Cuando nos conocimos, no
teníamos ni idea de que descubriríamos poco tiempo después un hermano en el
otro. Con la paciencia y la dulzura de un buen maestro de escuela, me empujó a
crecer en aquel otoño ocre (sentencio
cursimente, que sabes que me encanta).
Hace justo diez años compartimos la
vida entre Turín y Vercelli, junto a Mariquilla (otra hermana que no habíamos
conocido hasta entonces), y Maury, Lucia, Emilie, Bea, Anna, Rocca, Silvia, Vale...,
personas extraordinarias que aparecieron en golpes de suerte en las antípodas
de lo posible, que nos acogieron, nos ayudaron, nos enseñaron, nos acompañaron.
(¿Cuándo podremos reencontrarnos, ragazzi?)
Imposible medir cuánto cambié,
cuánto aprendí, cuánto gané. Qué curioso. Una de las experiencias más
importantes en mi vida, mi ERASMUS, costó al Estado sólo mil euros.
Supongo que lo ven claro. Estos
universitarios de ahora ya tendrán que salir de España para buscarse el guiso
cuando terminen de estudiar. ¿Para qué vamos a ayudarlos a irse antes? Afortunadamente han dado un paso atrás. No sé por cuánto tiempo.
No más recortes en
oportunidades, por favor.