viernes, 19 de julio de 2013

Destete en 3, 2, 1...

Nunca he escrito sobre las peripecias lácteas de una madre recién incorporada a la jornada laboral tras finalizar el permiso de maternidad. Ahora que Nerea “lo está dejando”, creo que es el momento de hacerlo. Desde la distancia.

Uniendo permiso de maternidad (16 semanas), período de lactancia acumulado (28 días) y vacaciones (31 días), me incorporé al trabajo cuando Nerea tenía cinco meses y medio. ¿Qué milagro puede darse para que, tal y como recomiendan los expertos en salud (OMS, Asociación Española de Pediatría…), el bebé se alimente exclusivamente de leche materna, si la mamá no está durante ocho horas al día, como mínimo? En mi caso, mi milagro se llama Mami. No pude permitirme una excedencia, pero mi madre tuvo el valor y las ganas de renunciar a su sueldo durante tres meses para cuidar de su nieta. Ella se encargó de seguir mis indicaciones sobre la alimentación de Nerea, dejó a un lado sus opiniones y experiencias, y respetó todas mis decisiones. Nunca terminaré de agradecérselo lo suficiente.

El primer día que me incorporé, los pechos iban a reventarme antes de llegar a la hora del recreo. Entre mis cosas de clase y mi bolso, una bolsita con mi mini-nevera, sacaleches y bolsitas especiales para almacenar el líquido. Preocupación por manchar la camiseta, preocupación porque me pillaran en plena faena de extracción, preocupación porque Nerea quisiera más, preocupación por preparar el pack por la noche tras lavarlo y esterilizarlo, y etcéteras.

Los días de trabajo también por la tarde, cerraba la clase y ¡venga, a ordeñarme! Sí, sí, a ordeñarme. Lo digo intencionadamente de forma despectiva, y con rabia. No es algo cómodo. No es fácil hacerlo. Una madre trabajadora que decide alimentar a su bebé con su leche no tendría por qué extraerse leche si existieran buenas políticas de conciliación (qué cruz) que les permitieran permanecer juntos, al menos, seis meses. Comprendo, después de haber pasado por ese período, que muchas madres decidan abandonar la lactancia natural cuando se incorporan al trabajo. Pero, claro está, es posible mantenerla, si se quiere. Que Nerea tuviera casi seis meses facilitó el asunto. Adelantamos dos semanas la introducción de la alimentación complementaria para poder jugar con otras cartas en caso de que el bibe de leche materna no saciara el hambre. Nerea acogió muy bien la introducción de otros alimentos porque llevaba ya semanas con interés puesto en nuestra comida. Otra entrada se merece la alimentación complementaria. La haré.

En septiembre del año pasado, con un año y tres meses, Nerea decidió no querer más leche de mami si no era directamente de la teta. Guardé mi sacaleches. Dejó de pedírmelo “en público” por aquel entonces. Se limitó sólo a mamar de noche y alguna vez para dejarse dormir en la siesta. 

Hace unos doce días que no me pide “tetita”, como ella dice. Y ya van tres o cuatro meses así: está días sin pedirlo, una noche pide, chupetea un poco (apenas nada), me mira y dice: “no me gusta tetita”. “¿Sale leche?”, le pregunto. “Sí, está rica, pero no me gusta tetita”, y deja de mamar enseguida, con cierta cara de asco. Es tremendamente expresiva, para todo.


Los primeros sueños nocturnos sin interrupciones (que fueron hace, como mucho, cinco meses) aliviaron mi cansancio. Ahora me dejan un tanto vacía. Siento tristeza porque algo único que sólo ella y yo compartimos está desapareciendo. Una interdependencia que se desvanece, naturalmente. 

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