martes, 5 de abril de 2016

Quisiera pagar más impuestos

Hasta dónde tiene que llegar el Estado. Hasta dónde quieres Tú que llegue el Estado. Pregúntate eso. Después, averigua hasta dónde quiere cada partido político que llegue el Estado. Entonces, vota.

            Se le llenaba la boca a Rajoy aireando su presunto orgullo por los sistemas sanitario y educativo de nuestro país, en el Salvados del domingo pasado. Me pregunto cuántas veces habrá acudido él a las urgencias de un hospital público. Apuesto a que pocas veces, a no ser que haya sido algo muy grave… -curiosamente, en “lo grave”, la sanidad privada deriva al paciente a la pública. Cosas de la rentabilidad, será-. Aunque, honestamente, no lo sé. Tampoco conozco la naturaleza del centro educativo donde estudia su hijo, pero me aventuro a dudar de que sea pública.

            En esa tesitura, señor Rajoy, ¿de qué exactamente se siente usted orgulloso cuando habla de la sanidad y la educación en España? No entiendo. Se referirá a esa “libertad” para elegir dónde quieres curarte o estudiar dependiente de tu bolsillo. Simplificando: liberalismo. Esencia ideológica de Partido Popular o Ciudadanos. Volviendo a simplificar: Papá/Mamá Estado llega hasta “aquí”. El resto, lo pagas tú. Si puedes. Menos impuestos, claro. Por consiguiente (¡Ay, Felipe!), menos derechos, denominados por algunos como servicios. Visión simplificada, reitero, y hasta donde mi capacidad intelectual y mi incultura me permiten llegar. Que sólo soy maestra de primaria.

            Ése no es mi modelo de Estado. Yo quisiera pagar más impuestos. Quisiera que todos pagáramos más impuestos, en función de lo que ganásemos. Eso me gustaría, por ejemplo, si se construyeran con mi dinero (con nuestro dinero) colegios de verdad y no de planchas y cartón piedra. O si se reformaran centros de salud y hospitales públicos sin que se triplicara el presupuesto inicial a medio camino y no se pudiera finalizar las obras.

            Sentirse orgulloso de algo implica luchar por conservarlo, y mejorarlo.

            Yo me siento, desde mi más profunda cursilería de ideología simplista de izquierdas, orgullosa de lo público. Creo y quiero creer en el topicazo: lo público es mejor; precisamente por ese carácter de servir –de dar servicio y de utilidad- como derecho fundamental de cualquier persona, tenga el dinero que tenga. Entre otras muchas cosas, creo firmemente en que, como empleada pública, desarrollo mejor mi trabajo que como empleada privada. Que mi hija se forma mejor como ciudadana en un centro público que en uno privado. Que mi familia y yo vamos a estar mejor atendidos en un sistema sanitario público que en uno privado. Innumerables razones me conducen a tales afirmaciones. Sólo una, por ilustrar: en el sistema público, eres un ciudadano con derechos. En el sistema privado, eres un cliente.


            Cuando escucho lamentos sobre las interminables listas de espera o el estado de desbordamiento de las urgencias en los hospitales; cuando leo quejas sobre los mecanismos de selección del alumnado de los centros concertados; cuando se conversa con rabia sobre los diferentes importes que se pagan por los servicios de acogida temprana o permanencia en distintos centros públicos de la misma ciudad…; me pregunto si esas voces en guerra son realmente conscientes del valor de un voto. 

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