Hasta dónde tiene que llegar el Estado.
Hasta dónde quieres Tú que llegue el Estado. Pregúntate eso. Después, averigua
hasta dónde quiere cada partido político que llegue el Estado. Entonces, vota.
Se
le llenaba la boca a Rajoy aireando su presunto orgullo por los sistemas
sanitario y educativo de nuestro país, en el Salvados del domingo pasado. Me pregunto cuántas veces habrá
acudido él a las urgencias de un hospital público. Apuesto a que pocas veces, a
no ser que haya sido algo muy grave… -curiosamente, en “lo grave”, la sanidad
privada deriva al paciente a la pública. Cosas de la rentabilidad, será-. Aunque,
honestamente, no lo sé. Tampoco conozco la naturaleza del centro educativo
donde estudia su hijo, pero me aventuro a dudar de que sea pública.
En
esa tesitura, señor Rajoy, ¿de qué exactamente se siente usted orgulloso cuando
habla de la sanidad y la educación en España? No entiendo. Se referirá a esa “libertad”
para elegir dónde quieres curarte o estudiar dependiente de tu bolsillo.
Simplificando: liberalismo. Esencia ideológica de Partido Popular o Ciudadanos.
Volviendo a simplificar: Papá/Mamá Estado llega hasta “aquí”. El resto, lo
pagas tú. Si puedes. Menos impuestos, claro. Por consiguiente (¡Ay, Felipe!), menos
derechos, denominados por algunos como servicios. Visión simplificada, reitero, y hasta donde mi capacidad intelectual y mi
incultura me permiten llegar. Que sólo soy maestra de primaria.
Ése
no es mi modelo de Estado. Yo quisiera pagar más impuestos. Quisiera que todos
pagáramos más impuestos, en función de lo que ganásemos. Eso me gustaría, por
ejemplo, si se construyeran con mi dinero (con nuestro dinero) colegios de verdad
y no de planchas y cartón piedra. O si se reformaran centros de salud y
hospitales públicos sin que se triplicara el presupuesto inicial a medio camino
y no se pudiera finalizar las obras.
Sentirse
orgulloso de algo implica luchar por conservarlo, y mejorarlo.
Yo
me siento, desde mi más profunda cursilería de ideología simplista de
izquierdas, orgullosa de lo público. Creo y quiero creer en el topicazo: lo
público es mejor; precisamente por ese carácter de servir –de dar servicio y
de utilidad- como derecho fundamental
de cualquier persona, tenga el dinero que tenga. Entre otras muchas cosas, creo
firmemente en que, como empleada pública, desarrollo mejor mi trabajo que como
empleada privada. Que mi hija se forma mejor como ciudadana en un centro público
que en uno privado. Que mi familia y yo vamos a estar mejor atendidos en un
sistema sanitario público que en uno privado. Innumerables razones me conducen
a tales afirmaciones. Sólo una, por ilustrar: en el sistema público, eres un ciudadano
con derechos. En el sistema privado, eres un cliente.
Cuando
escucho lamentos sobre las interminables listas de espera o el estado de
desbordamiento de las urgencias en los hospitales; cuando leo quejas sobre los
mecanismos de selección del alumnado de los centros concertados; cuando se
conversa con rabia sobre los diferentes importes que se pagan por los servicios
de acogida temprana o permanencia en distintos centros públicos de la misma
ciudad…; me pregunto si esas voces en guerra son realmente conscientes del
valor de un voto.
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