La
leche no se acaba, ni hay poca, ni es de mala calidad. Dar el pecho no duele. Prácticamente
todas las mujeres producen leche y definitivamente no, digan lo que digan, con
lactancia artificial no se crían igual. Sí,
ya sé, voces críticas en las mentes de los lectores gritan que no, que las afirmaciones
que he escrito no son ciertas, o tienen matices. Mi propia abuela asegura que apenas
tenía leche porque sus hijos siempre se quedaban con hambre. Mi madre insiste
en que a ella se le fue la leche a los dos meses y amigas mías padecieron
dolorosas grietas sangrantes mientras lactaban. Yo misma fui criada con lactancia
artificial y no me ha ido tan mal.
Mañana
finaliza la Semana Mundial de la Lactancia Materna, iniciativa creada por la
WABA (Alianza Mundial pro Lactancia Materna) que lleva celebrándose 20 años con
la intención de proteger, promover y apoyar la lactancia natural en el mundo.
Es curioso cómo se aborda el asunto desde los medios de comunicación. Salen a
la luz tetadas públicas y beneficios de la lactancia natural, pero no inciden
en lo verdaderamente fundamental: información veraz que permita a las madres
decidir qué tipo de alimentación quieren dar a sus hijos. Se limitan a lo superficial, asegurando que el objetivo de dichos actos conmemorativos
no es otro que reivindicar el derecho a dar la teta en público. Seré yo que
estoy más que acostumbrada a levantarme la camiseta por donde quiera que vaya,
delante de quien sea, pero quiero pensar que, afortunadamente, esto está ya más
que superado. Lo que pretenden esas mujeres no es otra cosa que ser el ejemplo
vivo de que con una buena información y unos buenos apoyos (familiares e
institucionales), si cualquier madre desea dar el pecho, puede, durante el
tiempo que quiera. Sí, el tiempo que
quiera. La Organización Mundial de la Salud recomienda que se dé el pecho
un mínimo de dos años, de los cuales, los seis primeros meses sólo debe darse
leche materna (ni agua, ni zumos, ni papilla).
Todo
el mundo parece aceptar de buen grado que una mamá alimente de forma natural a
su bebé recién nacido. La cosa cambia mucho cuando el bebé en cuestión camina y
habla. Mis propias amigas se sorprenden (se escandalizan respetuosamente)
cuando yo aseguro que continuaré dándole el pecho a Nerea hasta los dos años y,
a partir de ahí, hasta que ella o/y yo queramos. Otras personas incluso, a
pesar de soltar mi losa aplastante de información constante sobre lactancia
materna sobre sus cabezas, siguen apuntillando que eso será así siempre y
cuando la divinidad o la suerte me otorguen la capacidad de seguir amamantando.
No
entiendo qué ha pasado para que continúen vigentes todos estos mitos en nuestra
sociedad. No entiendo por qué una madre que desea dar el pecho acaba fracasando
en la lactancia, por falta de apoyos o por una inadecuada información. A mi
alrededor veo constantemente a madres que abandonan la lactancia materna, no
porque ellas quieran, sino porque piensan que no pueden. Lo triste del tema es
que en esto de la lactancia materna, la mayoría de las veces, querer es poder.
Yo
tuve la gran suerte de encontrar en mi camino a una maravillosa matrona que
hizo cambiar radicalmente mi preconcepción de la maternidad. Gracias a ella, me
mantuve firme en el hospital para no dar ningún biberón a Nerea, a pesar de que
las enfermeras de la planta insistían, ante mis dudas, en que por supuesto que
yo no tenía leche todavía y que iba a matar a mi bebé de hambre. ¿Cómo es
posible que gente con ideas equivocadas sobre la lactancia trabajen con madres
que acaban de dar a luz? Dar biberones en los primeros días de vida sin razones
médicas serias es condenar al fracaso la lactancia… Porque todo empieza por ahí…
El bebé tiene hambre y se agarra a la teta, mama y produce la leche que come, y
al comer, produce más leche y así ad infinitum. Un bebé repleto de leche artificial
difícilmente abrirá la boca por mucho pezón que se le intente meter.
Hasta
aquí mi reflexión del día. Lo escrito a continuación son explicaciones a las
sentencias del primer párrafo que he querido dejar para, precisamente, evitar
quedarme en lo anecdótico y en la información superficial, y poder echar por
tierra algunos mitos.
La leche no se acaba, ni hay poca,
ni es de mala calidad, siempre y
cuando se permita al bebé mamar siempre que lo desee, las veces que quiera. Sin
horarios, sin límites de tiempo. Primero en un pecho, hasta que lo suelte.
Luego, se ofrece el otro. Si lo quiere, bien. Si no, también. Nada de 10
minutos en cada pecho, o cada tres horas. Falacias. Lactancia a demanda, en su
estricto sentido.
Dar el pecho no duele, siempre y cuando el bebé succione de forma
adecuada. Cuerpecito muy cerquita, barriga con barriga, y cuello recto, que el
bebé no tenga que girar la cabeza, que le quede el pezón casi en paralelo con
su boca. Labios bien abiertos, cogiendo no sólo el pezón, sino también la
areola. En cierta forma, el bebé no chupa, sino que “muerde”.
Prácticamente todas las mujeres
tienen leche. El porcentaje de
madres que realmente no producen leche es entre el 1 y el 2%, normalmente
asociado al hipotiroidismo. Cierto es que en un biberón se ve qué cantidad
había y qué cantidad ha comido el niño. Con la lactancia natural, eso es
imposible, así que aquí entra en juego la confianza de la madre. Si el bebé
coge peso normalmente, todo va bien.
Con la lactancia artificial no se
crían igual. Pues es evidente
que no. Los preparados químicos no inmunizan. Está prohibida por ley la publicidad
de leches de fórmula para los primeros seis meses de vida. Con eso, ya tengo
suficiente para no confiar demasiado en ellas.
Después de los seis meses, la leche no pierde su calidad. Mucha gente asegura que, pasados los seis primeros meses, de un día para otro la leche se convierte en aguachirri y deja de alimentar. Me fío de la OMS: “La leche materna también es una fuente
importante de energía y nutrientes para los niños de 6 a 23 meses. Puede
aportar más de la mitad de las necesidades energéticas del niño entre los 6 y
los 12 meses, y un tercio entre los 12 y los 24 meses. La lecha materna también
es una fuente esencial de energía y nutrientes durante las enfermedades, y
reduce la mortalidad de los niños malnutridos.”